Cuando tenía, no sé, tal vez 15 años, mi padre – que no manejaba mucho lo del mail y las newsletter estaban a tope – me pidió que me apuntase con mi mail a un sitio de fotografía para que pudiera hacer un curso gratuito vía mail. O una cosa así, no recuerdo mucho los detalles realmente, lo importante era que cuando me llegasen los mails, tenía que reenviárselos con las novedades.
También hubo un tiempo en el que estaba bastante metida con el photoshop, y me pedía que le ayudase con alguna edición, que le enseñase y que le hiciese una firma y le enseñase a ponerla modo marca de agua. Le encantaba retratar el mundo, sobre todo aquellas cosas que quería.
Con el tiempo, se me fue olvidando enviarle los mails y mi padre empezó a tener otras cosas más preocupantes en la cabeza que la fotografía, así que aparcó mucho la cámara para dedicarse a esas cosas. Tenía que ir y venir cada semana del pueblo donde trabajaba de lunes a viernes, tenía más responsabilidad en el trabajo,… y la fotografía poco a poco fue ocupando menos tiempo en su vida.
Después de que muriera, encontré una tarjeta de memoria con fotografías del viaje que hacía de camino a Grandas. El puerto nevado, con niebla, montañas, paisajes que parecerían misteriosos a los ojos de cualquiera excepto a los de quienes tenemos la suerte de verlos con frecuencia, algo que he de decir es bastante asturiano. Resulta que mi padre, que tenía esa vida tan ajetreada, sacaba de vez en cuando la cámara en el camino y dejaba que su hobby le inundase. Me imagino que paraba el coche en alguno de los puntos clave, se hacía un cigarro de liar, sacaba la cámara y fotografiaba las montañas y el precioso paisaje que le regalaba el occidente astur.
Este año hará 6 años que mi padre no está con nosotras. En esos 6 años, esa newsletter de fotografía es la única que, aunque quisiera, no he sido capaz de borrar. Tampoco es que me estorbe especialmente. Hace 5 años hice limpieza y estuve a punto de borrarla, porque cada vez que me llegaba un mail de ellos me desgarraba, me abría el corazón en canal. Ahora, me pone el corazón calentito, es como un recordatorio de algo que a mi padre le encantaba, como ver un álbum de fotografías, pero hecho de los recuerdos en mi cabeza asociados a las cosas que le gustaban.
De lo único que me arrepiento es de no haberle reenviado más newsletters. No exactamente de eso, sino de que mi señor padre no se hubiera permitido disfrutar más de esas cosas que le gustaban, entre las que estaba la fotografía, y las hubiese cultivado. Siempre estaba dando para los demás y se dejaba en último lugar. Así que, en su honor, uno de los propósitos que tengo, es intentar sacar más tiempo para mí y darle la importancia al autocuidado que debe tener. No al autocuidado superficial – que también es importante, para qué engañarnos – sino al autocuidado de verdad, aunque cueste. Poner límites aunque sea difícil, priorizarme cuando me tenga que priorizar, aprovechar mi tiempo, descansar y hacer las cosas como yo quiera hacerlas, invirtiendo energía donde la tenga que invertir.
El autocuidado, aunque ahora esté en boca de todos igual que lo estuvo en su momento la autoestima, el empoderamiento u otro millar de conceptos que a veces acaban teniendo una sensación de vacío, es una parte importante de cómo somos, de esas cosas que conforman la imagen que tenemos de nosotros mismos, y es algo con lo que doy bastante la chapa (a quienes acompaño en consulta darán fe de ello) porque creo que es algo increíblemente necesario. Dentro de ese autocuidado, tal como yo lo veo, están los límites que ponemos, el placer, las experiencias, la erótica… está relacionado con nuestra identidad, con lo que somos.
Así que ya sabes. Cuídate. Cuídate mucho, porque nadie va a venir a hacerlo por ti. Cuídate, descúbrete, valórate, disfrútate, priorízate. Porque, por desgracia, no sabemos en qué momento se nos acabará el carrete y no podremos invertir más nuestro tiempo en aquello que queremos o con aquellos que queremos.